19 de abril de 2015

La carrera de obstáculos o los hermanos diversos.



Hoy nos ha tocado entrenamiento de atletismo en pista. Digo “nos ha tocado” porque mis hijos entrenan en la pista mientras yo los miro desde la grada. Son cuarenta y cinco minutos de atenta y emocionada observación, la peque salta una valla, casi se cae...ufff, al peque le tocan relevos, corre bien pero tendremos que comprar unas bambas nuevas, etc.

Es uno de los pocos momentos en que soy una mamá al uso, únicamente pienso en cosas triviales, sin pensar más allá, sin previsión, ni anticipación, ni opciones terapéuticas. Es uno de los pocos momentos en que disfruto observándolos sin estar preocupada.

Hoy la peque entrenaba más cerca de las gradas, así que me la he quedado mirando un buen rato. Saltaba, hacía monerías, se reía, disfrutaba. Y he tenido una sensación algo triste, he pensado en la cantidad de tiempo que dedico a su hermano y que, de algún modo le robo a ella.

Y es que, ser hermano o hermana de un niño con diversidad funcional no es fácil. A menudo le exijo mucho a mi hija, es más pequeña, pero el hecho de ser neurotípica parece que justifique que a ella si se le pueda pedir más. Continuamente ando tan (pre)ocupada con las cuestiones de mi hijo que ella acaba quedando en un segundo plano.

Esta es una de las emociones que más me cuesta gestionar, la impotencia de no llegar a todo, de no poder ofrecerle un espacio propio y de no poder compartir más momentos. Es un conflicto interno con el que he aprendido a lidiar, que intento suavizar en la medida de lo posible haciendo imposibles, charlando con ella a la salida de la escuela, sacando horas de donde puedo para ir a nadar o de compras, o simplemente, tomarnos un cacao y preguntarle por sus cosas.

Nadie te enseña a vivir, aprendes haciendo y equivocándote. Y te equivocas muchas veces, miles, pero acabas aprendiendo. Yo he aprendido a no lamentarme por los errores y a buscar soluciones, no hay nada más inútil que arrepentirse.

Finalmente ha saltado todas las vallas, se la ve feliz. Levanto la mano y le hago un signo con el pulgar hacia arriba, me mira y me devuelve el gesto. Sonreímos las dos y sé que eso es lo importante, aprovechar cualquier momento, estar y que ella sepa que estoy, compartir. 

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